miércoles, 25 de junio de 2008

¡Viva el tango!




Manos en el fuego

¡Viva el tango!
Jaime Jaramillo Panesso

Cuando el tango nació, ninguno de quienes estamos vivos y escuchándolo, estuvo en el parto anónimo y colectivo de los suburbios rioplantenses, es decir, Montevideo y Buenos Aires. Fue en los conventillos, esos sitios de inquilinato pluriétnico donde vivían los emigrantes europeos, atraídos por la política receptiva del estado argentino para poblar un inmenso país, requerido de trabajadores y empresarios que pusieran a producir el agro y la ciudad-puerto. En los conventillos se mascaba el desarraigo y a la vez se cocinaba la nueva nacionalidad y la expresión cultural de una música que se denominó tango. Hijo mestizo de la mezcla entre criollos, italianos, españoles, franceses y prostitutas polacas, el tango en su hibridaje demuestra la fuerza de la impureza creadora de nuevos alumbramientos artísticos. Se bailaba en las esquinas por hombres solitarios que inventaron los primeros pasos, porque el tango nació para el baile. Distinto sería su cantar cuando otro desarraigado llamado Carlos Gardel cambió la tonadas gauchescas, con las que se inició trovador, por el tango canción, es decir, por el tango con letras poéticas y descriptivas que cuentan una historia en tres minutos. Se había superado la etapa primitiva del tango prostibulario con alusiones pornográficas en voz de los estribillistas y en las notas de desconocidos compositores de oído, parteros de un nuevo género musical que llega vigoroso al siglo XXI.

Años después en su desarrollo el tango adquiriría categoría universal cuando cuajó la orquesta típica donde el bandoneón ancló su rezongo sentimental y su forma de gusano cantor lo convirtió en el símbolo náutico de la canción ciudadana. Luego vendrían los poetas aportantes de figuras literarias como Esteban Celedonio Flores, Enrique Santos Discépolo hasta encumbrados bardos como Homero Manzi, Homero Expósito, Cátulo Castillo, solo para nombrar algunos. Pero los letristas nada harían sin los intérpretes y los músicos. Estos últimos darían al tango las mayores glorias en su evolución que va desde los tradicionalistas hasta la vanguardia, en una continua puja que no termina entre Canaro y Julio de Caro, entre De Angelis y Piazzolla, entre Héctor Varela y Raúl Garello.
Medellín, por ser el sitio donde murió el 24 de junio de 1935 el Zorzal Criollo, el Morocho del Abasto, Don Carlos de Buenos Aires, Carlitos Gardel, ha establecido para cada mes de junio el Festival Internacional de Tango donde confluyen orquestas, bailarines, cantores, pintores, investigadores, organizaciones sociales de los hombres y mujeres del tango de ambas nacionalidades, con el apoyo insoslayable de la administración pública, en especial la Alcaldía, la Secretaría de Cultura Ciudadana y el Concejo. En esta versión 2008 es relevante la presencia del Presidente de la Academia Nacional del Tango, el escritor y poeta Horacio Ferrer y el Vicepresidente de la misma, el periodista Gabriel Soria. Ellos han propiciado la creación del capítulo colombiano de esa ilustre academia que tiene diez y siete sedes en diferentes países. “Viva el tango que me hiciste bien, por eso siempre te quiero, porque sos el mensajero del alma del arrabal”.

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